23/11/2013 | Hola a todos:
Hace poco he leído una noticia anecdótica que transcribo de memoria como curiosidad o comentario. La cuenta un bibliotecario en primera persona, y así la transcribo. Se trata de la siguiente:
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Yo era el encargado de la biblioteca del Instituto. En una ocasión, una profesora me trajo a un chico delgaducho y con gafas para que me echara una mano, indicándome que era un persona un tanto solitaria y que creía que aquel trabajo le vendría bien.
Le expliqué la manera en que se colocaban los libros en los estantes, en qué sección debía estar cada uno, por qué orden, y todas esas cosas de clasificación de libros en las bibliotecas.
Su misión iba a ser la de hacer un inventario completo. Es decir: Colocar todos los libros por orden, cada uno en su lugar, pues muchos estaban fuera de su sitio, lo que ocasionaba incluso, que se hubieran dado por perdidos, estando allí, pero en posiciones equivocadas.
Enseguida se adaptó y comenzó un estupendo trabajo, pero cuando le faltaba poco para terminar, un día no se presentó, y la profesora vino a comunicarme que su familia se había trasladado a otra localidad por trabajo del padre, y que ya no volvería por allí.
Esto me dejó un poco desilusionado, pues había hecho un trabajo excelente, aunque inacabado. Por eso me dejó muy sorprendido cuando se presentó el viernes por la tarde, explicándome que, como su nuevo destino no estaba demasiado lejos, había venido en autobús para terminar su trabajo, lo cual hizo durante el sábado y el domingo, estando todo terminado cuando llegué el Lunes por la mañana.
No pude menos que pensar que aquel chico triunfaría en la vida, pues entendía enseguida cómo hacer las cosas, era metódico, llevaba un orden y, lo más importante, tenía un deseo de terminar lo que había empezado.
Aquel chico se llamaba Bill Gates.
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Espero que os haya gustado.
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